· "Bienvenidos nuestros arrieros a la explanada municipal.
Sigamos fomentando nuestras tradiciones." Enrique Vargas, Presidente Municipal de Huixquilucan (Estado de México)
“En 1946 inició la historia de la Danza de los Arrieros en la
comunidad de Allende (Huixquilucan). En mi gobierno, los hemos apoyado para preservar estas
tradiciones, que nos dan identidad como municipio, como estado y como país”.(Enrique
Vargas, Presidente Municipal de Huixquilucan)
En Capulhuac, en el centro del Estado de México, se
adoptó en el siglo XVII un oficio que se extendió como tradición a sus
alrededores: el arriero.
Cuando no existía aún el ferrocarril, los arrieros
viajaban por atajos, caminos y parajes transportando mercancías a los puertos y
mercados de aquella época.
Desde las costas del Pacífico, los arrieros caminaban con sus mulas a la Ciudad de México, Toluca, Puebla y Querétaro, en caravanas cargadas que los comerciantes de toda la ruta esperaban con ansias.
Desde las costas del Pacífico, los arrieros caminaban con sus mulas a la Ciudad de México, Toluca, Puebla y Querétaro, en caravanas cargadas que los comerciantes de toda la ruta esperaban con ansias.
Todo pasaba por Capulhuac. Por eso sus habitantes
encontraron en el oficio, una forma de vida que se propagó por generaciones.
Pero a la llegada del ferrocarril ésta se extinguió hasta convertirse en una
tradición dancística y festiva, en la que los habitantes de algunas zonas del
Estado de México encuentran los vestigios y el orgullo de su identidad y su
cultura.
No hay una danza de arrieros específica, sino muchas. Así se le nombra en realidad al grupo de cantos que se bailan durante las fiestas patronales de algunos pueblos como Ocoyoacac, Malinalco, Capulhuac, Ameyalco y Almoloya del Río, entre otros. En la región, no hay fiesta que se respete sin arrieros.
No hay una danza de arrieros específica, sino muchas. Así se le nombra en realidad al grupo de cantos que se bailan durante las fiestas patronales de algunos pueblos como Ocoyoacac, Malinalco, Capulhuac, Ameyalco y Almoloya del Río, entre otros. En la región, no hay fiesta que se respete sin arrieros.
Los danzantes llegan vestidos como los personajes
de antaño, con sus trajes blancos bordados en los costados, con su sombrero, su
paliacate, sus huaraches y hasta su mula decorada con huacales llenos de frutas
y papeles de colores. Dicen que para ser arriero había que ser valiente
para enfrentar los peligros del camino, y duros para aguantar las adversidades
del trote, del frío, el calor, los bichos y las enfermedades. Se mal comía pero
se viajaba, se sufría pero se gozaba.
La representación incluye a todos los cargos de las
cuadrillas: el patrón, que era el principal; el mayordomo, que transmitía las
órdenes; el rayador que era el que pagaba; los cargadores, que se encargaban de
distribuir lo transportado en todos los animales, y los xocoyotes que eran los
niños que aprendían el oficio.
Durante la fiesta, una banda toca sones y jarabes a
los que se intercalan coplas y alabanzas a la cuadrilla o a San Bartolomé,
patrono de los arrieros. Los regalos que cargan las mulas se bailan entre la
gente y se ofrecen a todos para disfrutar del festejo, luego se canta, se
vuelve a bailar y a cantar de nuevo…
El mayordomo de la fiesta es el encargado de
comprar la comida para todos los asistentes. Para los mexiquenses de la región
es un honor ser el mayordomo.
Se inscriben hasta 10 años antes de poder ser elegidos por la comunidad. Durante este lapso se va llenando una alcancía para cuando llegue la ocasión, y se crían los borregos que se sacrificarán para el banquete.
Se inscriben hasta 10 años antes de poder ser elegidos por la comunidad. Durante este lapso se va llenando una alcancía para cuando llegue la ocasión, y se crían los borregos que se sacrificarán para el banquete.
La celebración concluye con la “Danza del Negrito”,
que representa los peligros del camino. El negrito,con la
cara cubierta de carbón, baila a sus anchas entre la gente.
A pesar de ser el malo del cuento, es un personaje consentido, quizá porque al final de los dos días de danza es perseguido y llevado hasta un árbol donde pronuncia sus últimas palabras: "Ya me voy, hijos míos, ai’ les van estas gallinas, ai’ les van estas monedas...", y acto seguido, avienta al público todo lo que robó a los arrieros. Luego suenan las campanas.
A pesar de ser el malo del cuento, es un personaje consentido, quizá porque al final de los dos días de danza es perseguido y llevado hasta un árbol donde pronuncia sus últimas palabras: "Ya me voy, hijos míos, ai’ les van estas gallinas, ai’ les van estas monedas...", y acto seguido, avienta al público todo lo que robó a los arrieros. Luego suenan las campanas.
La tradición establece que el final de la fiesta,
el negrito y los arrieros regresan al árbol para despedirse de él y cantarle la
última canción. Es así como el pasado y el ritual se convierten en un eslabón
que une con fuerza el presente y el futuro del pueblo mexiquense.