"Santuario de Dios y de la Patria", Atotonilco es una población que forma parte del municipio de San Miguel de Allende en el estado mexicano de Guanajuato. En Atotonilco se encuentra el Santuario de Jesús Nazareno (Patrimonio Cultural de la Humanidad, declarado por la Unesco), y se le llama "Santuario de la Patria", por ser el lugar donde el 16 septiembre 1810 Miguel Hidalgo de ahí tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe que presidió la lucha por un México independiente.
En la parte exterior del templo se pueden apreciar grandes muros que dan la impresión de que la iglesia fuera una fortaleza. Los muros exteriores son de diez metros de largo; las cúpulas alcanzan los veinte metros y la torre de reloj es de veinte metros de altura. La entrada principal es además sencilla con un arco "mixtilineo" que mira al este, hacia el Jerusalén, dando a todo el complejo una orientación este-oeste. Hacia el sur a lo largo de la fachada principal esta la Casa de Ejercicios y la torre del reloj. Al norte está la Santa Escuela de Cristo. Frente a la fachada principal está un atrio estrecho, que una vez fue utilizado como cementerio. Hoy en día, es la sombra de árboles y se encuentra rodeado de una pequeña valla.
1- El Santuario de
Jesús Nazareno de Atotonilco es un templo barroco del siglo XVIII situado a 14 kilómetros de San Miguel de Allende en Guanajuato.
Fundado por el padre Luis
Felipe Neri de Alfaro en el año de 1740 quien se inspiró para
su edificación en el Santo Sepulcro ubicado en Jerusalén.
Este Santuario dedicado a Jesús Nazareno, fungió como casa de Ejercicios
Espirituales de San
Ignacio de Loyola.
El Santuario de Atotonilco es mundialmente
conocido por haber sido participe en la historia de la Independencia
de México, cuando el Cura
Miguel
Hidalgo, tomó un estandarte con la imagen de la Virgen
de Guadalupe como bandera del ejército insurgente. La
construcción recibe cada semana a más de 5,000 personas de diversas partes del
mundo, atraídas por su increíble
arquitectura y sus hermosos murales.
“El padre Luis Felipe Neri de Alfaro, volvía de predicar unas
misiones en Dolores Hidalgo, y descansó bajo un mezquite… en sueños vio a
Nuestro Señor Jesucristo coronado de espinas, llevando la cruz sobre sus
hombros… y Jesucristo le decía que era su voluntad que aquel lugar se
convirtiera en lugar de penitencia y oración y que a tal efecto se levantara
allí un templo…y así se hizo, el 3 de mayo de 1740 se bendijo la primera piedra
de esta singular fortaleza religiosa…”
El Santuario
de Jesús Nazareno de Atotonilco y la ciudad de San Miguel de Allende fueron
inscritos por la Unesco en el Patrimonio Cultural de la Humanidad bajo el título de «Villa Protectora de San
Miguel el Grande y Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco» el 8 de julio de 2008. La distinción se
otorgó debido a su importancia cultural y su aporte arquitectónico al barroco mexicano.
El Santuario, oficialmente llamado el "Santuario de Dios
y de la Patria", pero mejor conocido como el Santuario de Jesús Nazareno
en Atotonilco. Situado en un área que es una combinación de pastizales secos y
el desierto salpicado de cardos, dulces de acacia y de árboles de mezquite.
La
apariencia del paisaje ha sido comparada con la de Jerusalén,
el cual da a sus creyentes una conexión con la tierra santa. El área también
cuenta con un gran número de aguas termales y manantiales.
Cuando el Santuario fue construido, habian 27 manantiales alrededor del
complejo para regar sus jardines. Hoy las aguas termales aun se levantan del
suelo a las afueras del Santuario,
La iglesia principal es
de una sola nave sin una cúpula, alineada en los flancos norte y sur de las
capillas y cámaras.
En el lado norte de la nave, la
Capilla del Rosario, las cámaras del Padre Luis Felipe Neri, la Capilla de
Belén, el Bautisterio, y la sala del Relicario.
En el lado sur, está la Capilla
del Santísimo, la de la Soledad, la de Loreto con sus capillas traseras, la de
la Gloria Escondida, la del Santo Sepulcro y la del Calvario.
Las paredes y techos del interior están casi totalmente
cubiertos de obra mural, escultura, inscripciones y pinturas al óleo en un
estilo llamado barroco popular mexicano, aunque la influencia indígena se puede
ver.
La única excepción a esto son los altares neoclásicos que se instalaron
más adelante.
La mayor parte de la obra mural fue realizado por Antonio
Martínez de Pocasangre con algunos hechos por José María Barajas durante un
período de treinta años, con casi ningún espacio libre entre las numerosas
imágenes.
El estilo de la pintura imita la pintura flamenca que fue conocido a
través de las impresiones belgas que los españoles trajeron desde Europa.
Esta
obra mural ha hecho que el complejo sea llamado la "Capilla Sixtina de
América" o la "Capilla Sixtina de México."
Los murales que decoran la totalidad de la iglesia son una
obra maestra del intercambio artístico entre Europa y América.
Pintados por el artista local Miguel Antonio Martínez de Pocasangre durante treinta años los murales se disponen sin orden unos
seguidos de otros ocupando la totalidad de la iglesia. Según la Unesco: "Su arquitectura y decoración
testimonia la influencia de la doctrina de San Ignacio de Loyola".
2- El
Santuario de La Patria:
El santuario es un hito importante en la historia de México:
fue la iglesia elegida para contraer matrimonio por el capitán Ignacio Allende
con María de la Luz Agustina y Fuentes, así el lugar como de donde tomó Miguel
Hidalgo el estandarte de la Virgen de Guadalupe que sirvió de bandera en la
lucha por la Independencia.
El día 16 de septiembre de 1810 se encontraban en la
sacristia de la parroquia de Atotonilco en Guanajuato,
donde estuvieron reunidos por unas horas los cabecillas del naciente movimiento
armado, al salir ellos y tras una discusión sobre que bandera usar, para ese
momento las tropas regulares que comandaban Allende y Aldama ya llevaban las
llamadas Banderas gemelas de Allende, el cuadro fue
arrancado por un ranchero que estaba entre las huestes de Miguel Hidalgo,
el ranchero entonces la amarro a un simple palo de tendedero de la misma
parroquia y literalmente se las arrojó a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende para que la enarbolaran delante de las
tropas.
Ambos se situaban al momento entre muchos de sus partidarios que
los empujaban a seguir la marcha que habían iniciado esa mañana en el pueblo de Dolores,
al parecer la situación fue fortuita porque ambos casi no logran evitar que
cayera al suelo la imagen, al levantarla vieron que la multitud estaba
enardecida y que regresar el lienzo al curato sería desastroso para el
movimiento, por eso Hidalgo decidió ordenar que se llevara al frente de las
tropas convirtiendo se en la enseña del movimiento.
En los días siguientes, se dio un fenómeno. En cada pueblo donde
se reclutaban activos del Ejército Insurgente, cada contingente tomaba un
estandarte o pintura de Nuestra Señora de Guadalupe en su parroquia respectiva, para que los
encabezara, por eso en la realidad existieron muchos estandartes de Nuestra Señora de Guadalupe entre los insurgentes, lo cual se confirma
con el parte que rindió Félix María Calleja luego de su victoria en la Batalla de Puente de Calderón donde dice que se capturó
…” Hablo de la posible
pausa que haría el cura Miguel Hidalgo a la entrada misma del santuario de
Jesús Nazareno en Atotonilco: quizá entró acompañado por sus oficiales a través
del pasillo que les formó la tropa, tal vez para persignarse con el agua
bendita que reposaba en alguna pila. Posiblemente Hidalgo detuvo su mirada en
ambos lados de ese primer tramo de la nave central del templo, allí donde el
pincel de Pocasangre pintó en uno de los muros, de un lado, el retrato de un
emperador indígena —al parecer el propio Motecuhzoma— con su collar de plumas,
diadema de oro y en la mano diestra otra corona. Allí mismo, al otro lado, Asia
representada por el retrato de un árabe y un dromedario o camello que, como
bien señala el mejor y más fino historiador del arte de Atotonilco, José de
Santiago Silva, “es animal que nuestro pintor no conocía sino por referencias,
pues casi no se le puede identificar como tal”. Es probable que la mirada de
Hidalgo, aunque sólo fuese de reojo, reparara también en otro retrato que se
encontraba en ese primer tramo: allí sonriente, vestido con gran elegancia y
transpirando pompa y circunstancia, el rey de España, Carlos III, sosteniendo
su corona en la mano izquierda y en la diestra el cetro de un Imperio que
habría de tambalearse precisamente por ese inmenso delirio enrevesado que había
desatado el propio cura Hidalgo con los gritos de la madrugada del día
anterior.
Para esas fechas (1810) el santuario gozaba de considerable
afluencia de peregrinos y ejercitantes y que el cura de Dolores, así como la
mayoría —si no la totalidad— de los primeros hombres que se habían sumado a sus
gritos, sabía perfectamente lo siguiente: ese santuario era un relicario de
oración, devoción y recogimiento espiritual que ya tenía miles de adeptos y
devotos en todos lares y estratos. Aun antes de que Hidalgo entrase como
visitante distinguido por la puerta principal, entre los insurgentes abajeños
ya existía la presencia de Atotonilco en sus entrañas, ya fuera por los
ejercicios espirituales, por la devoción a las santas imágenes allí expuestas,
por las peregrinaciones, simplemente de oídas o por el frenesí barroco del festival mural pintado por
Pocasangre en cada capilla y en cada centímetro del templo central, allí pared
con pared con la casa de ejercicios espirituales más grande del mundo, inmensa
casa de expiación de culpas donde sus muros se encontraban constantemente
manchados por la sangre de los penitentes.
Poner aquella imagen santa en la punta de una lanza sería, a
su vez, buena punta para dirigir a los levantados seguidores de Hidalgo y todos
los potenciales independentistas por la profunda devoción guadalupana. La
devoción a la vanguardia de la revolución; aquí en la tierra mexicana donde
incluso los ateos no niegan ser guadalupanos. Así uno de los rancheros
de aquella multitud pidió una estampa de Guadalupe a doña Ramona Zapata, la que
en efecto, le dio: que vista por otros que lo acompañaban, la pusieron en un
asta, no de lanza, y que salieron con ella gritando: ¡Viva Nuestra Señora de
Guadalupe y mueran los gachupines! La misma señora dice, que al oír el
estrépito y clamoreo, salieron Allende e Hidalgo, con el padre capellán y
otros, pero que atendiendo al entusiasmo que se apoderó de aquellas gentes, y
que se aumentaba con la presencia de ellos, no obstante su silencio, se
volvieron a la sala, juzgando que aquella devoción y aquel entusiasmo sería
momentáneo, lo cual no sucedió, pues desde entonces, así aquella multitud como
las partidas que siguieron en la insurrección, conservaron por algún tiempo la
costumbre de llevar consigo y vitorear alguna imagen de Guadalupe, y haya
continuado los gritos que ya había lanzado desde la madrugada del día anterior
y levantado él mismo su estandarte.
Lo cierto es que a partir de ese atardecer
—en el largo camino que lo llevaría a ocupar con letras doradas gloriosas
páginas en los libros de Historia con mayúscula— tomaría casi todas las
ciudades a su paso..”