lunes, 28 de marzo de 2016

- Bellezas del barroco colonial mexicano

EL TEMPLO DE SANTA ROSA DE VITERBO (QUERÉTARO)
Uno de los recintos más impresionantes del barroco colonial mexicano es el templo de Santa Rosa de Viterbo, situado en la capital del estado de Querétaro.
El interior de Santa Rosa de Viterbo es lo más impresionante. Cinco retablos barrocos cubren las paredes de la nave, tres de las cuales están situados en la parte sur. Hacia el fondo, e! ciprés neoclásico, aunque rompe con el estilo, luce su manufactura excelente, con la Virgen Maria y el Niño Jesús en la parte central y Santa Rosa de Viterbo en la parte superior. Otro detalle que llama inmediatamente la atención es el púlpito que muestra una rica ornamentación con incrustaciones de maderas preciosas, marfil, plata y carey.
El coro bajo, donde se encuentran e! retablo ecléctico, el órgano del siglo XVIII y la capilla de! Santísimo, está dividido de la nave por un panel con quince medallones y una escultura de Jesucristo en la cruz.
El coro alto, a su vez, lo divide un abanico dorado con la imagen de Jesús adolescente. En esta parte también se guarda un órgano Walcker, de principios de siglo, actualmente en proceso de restauración.
Aunque no es posible contemplar este recinto tal y como fue en su totalidad, pues una de sus partes fundamentales, el altar mayor, de estilo barroco, fue destruido en 1849, colocándose en su lugar uno neo clásico que actualmente se conserva.
No obstante, todos los demás retablos, labrados en madera y cubiertos con hoja de oro, se muestran completos. El templo es de una sola nave, reforzada por fuera con un par de botareles de gran tamaño. Éstos se encuentran sobre los muros de la parte que correspondería al brazo norte, el que parece sugerir una remota existencia por el arco situado entre los dos contrafuertes. Con toda seguridad, este elemento se hizo para guardar una armonía interior entre las arcadas y las pechinas.
La torre, con campanario de dos cuerpos, está situada en la parte oriente del templo, levantándose desde el rincón noreste del coro alto. El primer cuerpo ostenta el primer reloj de tres carátulas que se construyó en América. La cúpula se ubica en la parte poniente. Desde lejos destaca su linternilla, así como la policromía del tambor octogonal y las columnillas y otros relieves de cantera que resguardan los ventanales.
La plazuela al norte del templo facilita la apreciación del conjunto arquitectónico.
La sacristía mayor y la menor se encuentran a! costado sur, comunicadas por dos puertas; una debajo del retablo de la Virgen de Guadalupe y otra en el presbiterio. Por la sacristía menor es posible comunicarse con lo que fue el convento, hoy ocupado por una escuela (tal vez como consecuencia de la expropiación de los bienes eclesiásticos en el siglo XIX). 

Si bien esta parte del edificio no se ha restaurado como se debiera, aún muestra lo imponente de la construcción y algunos detalles de interés, como los arcos volados en la escalinata y un par de relojes solares sobre la cornisa del segundo nivel del atrio. los retablos al caminar hacia el altar y experimentar la atracción que ejerce la parte superior del templo, inmediatamente resaltan las dos coronas que rematan las cornisas en los retablos de la Virgen y de la muerte del señor San José. 
Confrontadas una frente a otra, integran con la cúpula una composición de gran armonía, acentuada por los excelentes óleos de Roldán en las cuatro pechinas.
 La simetría de estos retablos no sólo se cumple en las coronas, sino también en otros elementos como los medallones con pinturas de Miguel Cabrera enmarcados por guías de hojas verdes.
Las pilastras con bustos de doncellas también se distinguen en cada retablo y delimitan las tres secciones de cada uno. algunos detalles como la ornamentación en torno a los medallones, las puertas con acabado de orlas y los ángeles que sostienen el cortinaje que rodea la pintura central de la lnmaculada, en su retablo, y la vitrina que alberga a San José, en el correspondiente, son idénticos, con la salvedad de que los ángeles que guardan a San José sí miran hacia él, mientras los situados en tomo a la Virgen se abstienen de observarla. Con excepción de éstos, los demás retablos son de estilo único. 
El primero que se contempla, por la entrada oriente de la nave, es el de los Dolores o del Calvarlo, mismo que se estaba trabajando en el momento de visitar el templo. Entre las peculiaridades que menciona Ana Cristina en su libro, está el fondo del retablo, tal lado a la manera de un gran petate (mexicanismo arquitectónico) , el que también se puede apreciar en uno de los retablos del templo de santa Clara, en la misma ciudad.

A la derecha del retablo de los Dolores se encuentra el de San Francisco de Paula, conocido también como retablo de la Tribuna, formado por tres cuerpos. El primero es el más grande, profusamente decorado en torno a la figura central del santo y dos pinturas con episodios de su vida. Un nicho en forma de concha (típico del barroquismo del siglo XVIII) se sitúa por debajo del medallón de San Francisco. 
La cornisa, que precede a la Tribuna (segundo cuerpo),”tiene elegantes festones que están rematados con extrañas caritas de duendes de capuchón rojo"; según describe Ana Cristina. El tercer cuerpo es el que rodea a la ventana y muestra cuatro pinturas con pasajes de la vida del santo.
El otro retablo es el dedicado a Santa Rosa de Viterbo, conocido también como del Ángel Custodio. Mucho más pequeño que los demás, y situado entre las dos puertas que dan a la calle por la parte norte de la nave, tiene no obstante singular atractivo, pues cuenta con cuatro óleos rematados con medallones de diversos estilos en torno a una pequeña escultura de Santa Rosa de Viterbo resguardada en una vitrina.
El culto a Santa Rosa aún es muy fuerte en Viterbo, Italia, pues cada 3 de septiembre, en ocasión de las fiestas patrona les, se efectúan dos celebraclones en honor a la santa cuya vida, a pesar de haber sido muy breve (1233 a 1252), fue de gran intensidad. 

A los milagros que se le atribuyen debe agregarse el vaticinio que hizo de la muerte del emperador Federico II, lo que inclinó la balanza de poder a favor del papa Alejandro IV. El prestigio de Santa Rosa de Viterbo, quien vistió el hábito de franciscana desde muy niña, influyó en la edificación de lo que fue el convento de Santa Rosa de Viterbo, en Querétaro, atendido en un principio por las hermanas Francisca de los Ángeles, Gertrudis de Jesús Maria y Clara de la Asunción. La humilde morada, construida en 1670, se convertiría en el siguiente siglo, por disposición del virrey don Juan de Acuña, en el fastuoso templo que hoy conocemos. De 1728 a 1752 comprende el periodo de su construcción.