En Janitzio, uno de los islotes
que conforman Pátzcuaro,
todo comienza el 31 de
octubre con la cacería del pato, las mujeres del pueblo cocinan en diversos platillos el resultado
de la caza que más tarde será ofrendado a los muertos.
Después, el pueblo realiza dos fiestas a los fieles difuntos,
la primera el 1 de noviembre, cuando se recuerda a los “angelitos”, es decir a
aquellos que murieron siendo niños, posteriormente el 2 de noviembre se honra a
los muertos que perecieron siendo adultos. Justo para honrarlos es que se
realiza una procesión
nocturna el 1 de noviembre en canoas ataviadas con infinidad de
velas, llevando ricos platillos y bebidas y ambientadas con música para dar la
bienvenida a quienes regresan de la muerte.
El espectáculo es impresionante
pues el lago se ilumina de tal forma y se llena de tantos rezos y cantos que
casi puede sentirse la presencia de quienes ya se fueron. Aquí las
tradicionales veladas en los panteones también se vuelven todo un espectáculo
debido a la cantidad de velas y los adornos majestuosos que los familiares
colocan en las tumbas.
Hay ofrendas monumentales en Pátzcuaro, Janitzio, Yunuen y el resto
de los islotes alrededor del lago. No olvides visitar las
ofrendas monumentales que ponen los lugareños: del 28 de octubre al 6 de noviembre estará
la del Museo de Artes e
Industrias Populares de Pátzcuaro.
Sin duda, vivir un día de muertos en Pátzcuaro
es una de esas cosas que deben ocurrir una vez en la vida: aquí
las tradiciones se han vuelto espectáculo y viajantes de todo el mundo vienen a
presenciarlas. En
Pátzcuaro, Michoacán, la fiesta de muertos fortalece los lazos familiares y
comunitarios, puesto que toda la familia y localidad participa
en los preparativos que engalanarán las casas, calles y plazas por las que
retornarán los difuntos.
*Janitzio una de
las islas del lago de Pátzcuaro, es la más importante de
las cinco islas, seguida de la isla Yunuen.. Su nombre original purépecha es Janitsïo (Flor de trigo o maíz)
En lo alto de la isla, observable desde lo
lejos, existe un monumento del héroe nacional de la revolución de independencia
(con su brazo derecho alzado y su puño cerrado), José María Morelos y Pavón. Este monumento
contiene en su interior una colección de pinturas que describen la biografía del
héroe mexicano. Existe un mirador en la estructura en el puño del monumento
donde se puede admirar todo los alrededores de la isla así como gran proporción
del lago de Pátzcuaro.
La isla se puede visitar yendo
en barca desde Pátzcuaro. El visitante puede disfrutar durante una corta
travesía de la actuación que realizan los pescadores en sus barcas, como
rememoración de la pesca que se hacía antiguamente. El despliegue de las artes
de pesca (redes en forma de mariposa) en un momento determinado es un
espectáculo muy bello.
El 1 de
noviembre tiene lugar en la isla una ceremonia muy querida para sus
habitantes. Durante la noche es costumbre llevar las ofrendas a los muertos. Se
hace una procesión iluminada con cirios y animada con
cánticos religiosos. Toda la isla resplandece con luces y antorchas.
El Día
de Muertos en Janitzio es una de los eventos religiosos más
importantes de México. Al llegar la víspera del Día de Muertos, todo es un
ambiente de fiesta hasta que llega la hora de que empiezan a sonar las campanas
y las almas se presentan, mientras los vivos se empiezan a congregar ante los
despojos mortales de los que se han ido.
Durante
la noche del 1 de
noviembre la gente llega hasta las tumbas con ofrendas, flores,
pan, frutas, símbolos y recuerdos para venerar a sus seres que ya no están
materialmente. Erigen un altar y se sientan a contemplar las llamas de sus
velas mientras van murmurando oraciones toda la noche.
Una
leyenda Purépecha dice que al morir las almas vuelan como mariposas monarcas
sobre un lago encantado hasta la Isla de Janitzio y solo se necesita abrir el
corazón para que al atravesar en lancha el lago se puedan ver las almas
dibujarse entre las aguas del lago de Pátzcuaro.
Si
deseas algún día visitar y ver en vivo lo que es la tradición del Día de Muertos en Janitzio,
primero que nada procura llevar sueter, el clima es un poco frio, zapatos
bajos, y pantalones cómodos.
La
mejor vista de la Isla
de Janitzio es desde el monumento a Morelos. Obviamente la
mejor fecha para visitar es durante el Puente de Noviembre, ya que la isla se
ilumina con velas y altares de muertos, la vista de noche es espectacular. Hay
lanchas que te llevan y traen a todas horas.
Al
final cada quien decide que cara le pone a sus muertos, y hasta como quiere ser
recordado, pero todos sabemos que van a estar con nosotros el 2 de noviembre,
cuando salgamos a caminar en compañía de nuestros ancestros.
*Yunuen: Yunuen
significa “media luna” por la forma curva de la isla de unos 200 metros. Su
principal atractivo es su vegetación siempre verde y fresca, además de sus
construcciones típicas, las cuales se consideran un reflejo de la tradición
purépecha.
Está situado
en el Municipio de Pátzcuaro (en el Estado de Michoacán de Ocampo a 2060 metros
de altitud. Yunuen se localiza al noreste del Lago de Pátzcuaro (antigua
capital de los Puépechas). En el Lago de Pátzcuaro existen 9 islas, Janitzio es
la más conocida que junto con las islas Tecuanita y Tecuena forman un conjunto;
otras 3, son las islas Urandenes cuyo nombre proviene del vocablo urani que
significa “batea”; un conjunto más son Jarácuaro y Copujo. Finalmente, el
cuarto grupo es el de Yunuen y Pacanda.
EL día de muertos en Yunuen se celebra el 1y el 2 de noviembre
es la celebración más emblemática. El 1 de noviembre el pueblo espera la
llegada de los que vienen de otro mundo y van al panteón a realizar la
"kejtzítakua zapícheri" (velación de los ángeles o niños muertos)
temprano ese día. Se reza en la tumba mientras se encienden velas alrededor de
la ofrenda que tiene atole, pan, el juguete preferido y figuras de azúcar.
Según la creencia local, los muertos vuelven desde el
Cumiehchúcuaro, reino de los muertos. Se realiza un corona o arco en una
estructura de carrizo que se forra con cempasúchil (flor regional), se cuelga
fruta, flores, entre otros; y se colocan figuras de alfeñique, entre otros
alimentos. En la parte superior se coloca una foto y las bebidas preferidas de
la persona a quien se dedica el altar.
Según la creencia del
pueblo, el día primero de noviembre se dedica a los “muertos chiquitos”, es
decir, a aquellos que murieron siendo niños; el día dos, a los fallecidos en
edad adulta. En algunos lugares del país el 28 de octubre corresponde a las
personas que murieron a causa de un accidente. En cambio, el 30 del mismo mes
se espera la llegada de las almas de los “limbos” o niños que murieron sin
haber recibido el bautizo.
El ritual de Día de
Muertos conlleva una enorme trascendencia popular, su celebración comprende muy
diversos aspectos, desde los filosóficos hasta los materiales.
La celebración de Todos los Santos y Fieles
Difuntos, se ha mezclado con la conmemoración del día de muertos que los
indígenas festejan desde los tiempos prehispánicos. Los antiguos mexicanos, o
mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros
pueblos originarios de nuestro país, trasladaron la veneración de sus muertos
al calendario cristiano.
Antes de la llegada de los españoles, dicha
celebración se realizaba en el mes de agosto y coincidía con el final del ciclo
agrícola del maíz, calabaza, garbanzo y frijol. Los productos cosechados de la
tierra eran parte de la ofrenda. Los Fieles Difuntos, en la tradición
occidental es, y ha sido un acto de luto y oración para que descansen en paz
los muertos. Y al ser tocada esta fecha por la tradición indígena se ha
convertido en fiesta, en carnaval de olores, gustos y amores en el que los
vivos y los muertos conviven, se tocan en la remembranza.
El Día de Muertos, como culto popular, es un acto
que lo mismo nos lleva al recogimiento que a la oración o a la fiesta; sobre
todo esta última en la que la muerte y los muertos deambulan y hacen sentir su
presencia cálida entre los vivos. Con nuestros muertos también llega su
majestad la Muerte; baja a la tierra y convive con los mexicanos y con las
muchas culturas indígenas que hay en nuestra República. Su majestad la Muerte,
es tan simple, tan llana y tan etérea que sus huesos y su sonrisa están en
nuestro regazo, altar y galería.
Hoy también vemos que el país y su gente se visten
de muchos colores para venerar la muerte: el amarillo de la flor de
cempasúchil, el blanco del alhelí, el rojo de la flor afelpada llamada pata de
león... Es el reflejo del sincretismo de dos culturas: la indígena y la
hispana, que se impregnan y crean un nuevo lenguaje y una escenografía de la
muerte y de los muertos.
En estas fechas se celebra el ritual que reúne a
los vivos con sus parientes, los que murieron. Es el tiempo trascendental en
que las almas de los muertos tienen permiso para regresar al mundo de los
vivos.
Hay que
considerar que la celebración de Día de Muertos, sobre todo, es una celebración
a la memoria. Los rituales reafirman el tiempo sagrado, el tiempo religioso y
este tiempo es un tiempo primordial, es un tiempo de memoria colectiva. El
ritual de las ánimas es un acto que privilegia el recuerdo sobre el olvido.
La
ofrenda que se presenta los días primero y dos de noviembre constituye un
homenaje a un visitante distinguido, pues el pueblo cree sinceramente que el
difunto a quien se dedica habrá de venir de ultratumba a disfrutarla. Se
compone, entre otras cosas, del típico pan de muerto, calabaza en tacha y
platillos de la culinaria mexicana que en vida fueron de la preferencia del
difunto. Para hacerla más grata se emplean también ornatos como las flores,
papel picado, velas amarillas, calaveras de azúcar, los sahumadores en los que
se quema el copal.
Entre los
antiguos pueblos nahuas, después de la muerte, el alma viajaba a otros lugares
para seguir viviendo. Por ello es que los enterramientos se hacían a veces con
las herramientas y vasijas que los difuntos utilizaban en vida, y, según su
posición social y política, se les enterraba con sus acompañantes, que podían
ser una o varias personas o un perro. El más allá para estas culturas, era
trascender la vida para estar en el espacio divinizado, el que habitaban los
dioses.