jueves, 4 de agosto de 2016

- El Templo Mayor de México-Tenochtitlan

El Templo Mayor y el Recinto del Templo Mayor eran el centro de la vida religiosa mexica(*) y uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época, ubicado en lo que hoy es el centro de la Ciudad de México.
*Mexica es el término que se utiliza para referir a los habitantes de Tenochtitlan, una ciudad construida en el siglo XIV en una isla en el Lago Texcoco –conocida actualmente como la ciudad de México–. Muchas veces, los términos azteca y mexica se usan como sinónimos, pero su significado es distinto. Azteca es un término más general que se refiere en conjunto a todos los pueblos cuyos orígenes se atribuyen a un legendario lugar llamado Aztlán. Estos grupos incluyen los mexicas, los tepanecas, los chichimecas, los xochimilcas y otros. Todos los grupos aztecas hablaban náhuatl.

Templo Mayor de los mexicas, el sagrado edificio que fuera destruido tras la conquista de la metrópoli indígena, y cuyos restos habían permanecido ocultos durante cuatro siglos bajo los cimientos de las construcciones virreinales y decimonónicas del centro de nuestra ciudad capital. 

Según la tradición, el Templo Mayor fue construido justo en el sitio donde los peregrinos de Aztlán encontraron el sagrado nopal que crecía en una piedra, y sobre el cual se posaba un águila con las alas extendidas al sol, devorando una serpiente.


 Este primer basamento dedicado a Huitzilopochtli, aunque humilde porque fue construido con lodo y madera, marcó el principio de lo que con el tiempo sería uno de los edificios ceremoniales más famosos de su época. 
Uno a uno los gobernantes de México-Tenochtitlan dejaron como testimonio de su devoción una nueva etapa constructiva sobre aquella pirámide, y si bien las obras sólo consistían en adosarle taludes y renovar escalinatas, el pueblo podía constatar el poder de su gobernante en turno y el engrandecimiento de su dios tribal, el victorioso dios-sol de la guerra.

Pero los mexicas no podían olvidarse de los demás dioses, pues todos ellos propiciaban la existencia armónica del universo, equilibrando las fuerzas de la naturaleza, produciendo el viento y la lluvia y haciendo crecer las plantas que alimentaban a los hombres. 

Así, una de las deidades principales, que alcanzó una jerarquía similar a la de Huitzilopochtli, fue Tláloc, el antiguo dios de la lluvia y patrono de los agricultores; por ello, y con el transcurrir del tiempo, aquel sagrado edificio, “hogar de Huitzilopochtli”, tuvo la forma de una pirámide doble, la cual sustentaba en su cúspide dos habitaciones que funcionaban como los adoratorios máximos de ambas deidades.



Las más recientes investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en las ruinas del Templo Mayor edificio muestran por lo menos siete etapas constructivas, de las cuales sobresale aquella que se realizó durante el gobierno de Huitzilíhuitl, segundo tlatoani de Tenochtitlan; 

de esa etapa se conservan los muros de los adoratorios, el téchcatl o piedra sagrada de los sacrificios y una escultura del Chac-Mool

Destaca también la etapa constructiva ejecutada durante el gobierno de Izcóatl, de la que se descubrieron, sobre la escalinata que conducía al adoratorio de Huitzilopochtli, varias esculturas de portaestandartes que, a manera de guerreros divinos, defendían el ascenso al templo de la suprema deidad.

Sin embargo, el hallazgo más notable fue el del monolito circular de la diosa lunar Coyolxauhqui, que proviene de la etapa correspondiente al gobierno de Axayácatl, quien ocupó el solio supremo de Tenochtitlan entre 1469 y 1480.

Los conquistadores españoles sólo conocieron la última etapa constructiva del Templo Mayor, efectuada durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin, y se admiraron de la majestuosidad y gran altura que poseía ya el sagrado edificio. Su fachada se orientaba hacia el poniente, por lo que en ese lado de la pirámide se hallaba la doble escalinata enmarcada por cabezas de serpiente en actitud amenazante. En la parte superior de las alfardas se ubicaban los braceros, donde ininterrumpidamente debía permanecer encendido el fuego sagrado.
Sólo los sacerdotes y las víctimas del sacrificio podían ascender por aquellas escalinatas y llegar a la cúspide del templo, desde donde se podía contemplar la ciudad-isla en todo su esplendor.


A la entrada de los adoratorios del Templo Mayor había unas vigorosas esculturas de hombres en posición sedente, cuya misión era sostener los estandartes y las banderolas hechas de papel amate que evocaban el poder de los númenes patrones. Ya en el interior de las sacras habitaciones, protegidas de la luz por unas piezas de tela a manera de cortinas, se encontraban las imágenes de las deidades.

Sabemos que la escultura de Huitzilopochtli se modelaba con semillas de amaranto, y que en su interior se colocaban unas bolsas que contenían jades, huesos y amuletos que le daban vida a la imagen. Para amalgamar las semillas de amaranto, éstas se mezclaban con miel y sangre humana. El proceso de confección de la fi­gura, llevado a cabo anualmente, concluía con su vestido y ornamentación mediante tocados de plumas y textiles muy elabo­rados, y con la colocación de una máscara y un colgante de oro que daban su identidad a la efigie del dios solar.

Precisamente, durante las fiestas del mes indígena de Panquetzaliztli, dedicado al ceremonial de Huitzilopochtli, el clímax de la fiesta consistía en la repartición del cuerpo de amaranto, miel y sangre entre todo el pueblo; su ingestión representaba la comunión con la deidad y estrechaba el vínculo entre el hombre y sus creadores.
Dado que el panteón indígena era muy amplio, pues se divinizaba a cada una de las fuerzas de la naturaleza, poco a poco el espacio sagrado alrededor de la pirámide doble se fue poblando con numerosos edificios que sirvieron de aposento a dichas deidades.
Hernan Cortes y Moctezuma en Tenochtitlan (dibujo)

Hernan Cortes y el Templo Mayor de Tenochtitlan (montaje artistico)