viernes, 15 de mayo de 2015

- México, donde lo católico y lo pagano conviven juntos

OFRENDA POR LLUVIAS:

Pobladores de Zitlala, municipio de Guerrero caminaron siete kilometros para llegar al cerro de Cruzco donde realizaron un ritual para pedir por una buena temporada de lluvias y fertilidad. Los actos pagano-religiosos que se realizan cada año concluyen hoy con una pelea entre hombres y jaguar. Abel Miranda

Como cada año los tigres de Zitlala, Guerrero, se enfrentan en combates rituales para convocar las lluvias que les permitan sembrar (ver fotos)


Durante horas hombres-jaguar se trenzan a golpes

En Zitlala, la lluvia llega convocada por la violencia

La tradición cultural da salida a la agresividad humana
Zitlala, Guerrero, 4 de mayo. Aquí, en esta antigua población nahua ubicada en La Montaña Baja, al centro del estado de Guerrero, la violencia está en la cultura y la cultura está en la violencia. Pero no hay dilema, porque parece más una solución que un problema.

Por ejemplo, la culminación de las ceremonias pagano-católicas de petición anual de lluvias por el comienzo de un nuevo ciclo agrícola, se realizó este jueves bajo la forma de más de cuatro horas de combates entre un centenar de hombres-jaguar, armados con gruesas reatas o cuartas.

En otro caso, en febrero o marzo, durante el Carnaval, los zitlaltecos se enfrentan a puño limpio o se lanzan piedras de barrio a barrio con sus hondas de cuero. El resto del año, aseguran todos, no hay rencores, y si surge alguna rencilla no será por esas luchas de raíz ceremonial.
Es de ese modo, o así parece ser, que aquí la violencia humana ha podido ser sometida y dosificada al integrarla a las tradiciones ancestrales.
Ofrenda de dolor
Como desde tiempos inmemoriales, este 3 de mayo los enfrentamientos entre jaguares cimbraron una vez más a Zitlala, la prehispánica Citallán o "Lugar de las estrellas". Se trata de la Danza de los tigres o Atzatzilistli.
En Guerrero se le llama tigre al jaguar y su amplia presencia en la región es una muestra de la influencia que los antiguos olmecas, "la cultura madre", ejercieron en esta y otras zonas de Mesoamérica, mucho más allá de Tabasco y Veracruz.
En ese día de violencia la ofrenda fue el valor y el miedo, el dolor y la penitencia de los zitlaltecos. Pero hace unos días, desde el 21 de abril, el ofrecimiento a los dioses fue de semillas de maíz, frijos y calabaza, pues los nahuas de la región peregrinan al cerro El Cruzco, donde hay un centro ceremonial con cuatro cruces dirigidas a los puntos cardinales.

Las cruces las bajaron a la iglesia de San Nicolás Tolentino el primero de mayo y al día siguiente realizan una misa. Luego suben de nuevo al cerro, a unos siete kilómetros de distancia, para danzar y ofrecer comida y mezcal, y colgar de un arco vísceras de pollos y guajolotes, que también lanzan a un pozo.
El jueves los tigres comenzaron a llegar a la plaza central después de las 3 de la tarde. Desde los barrios de la Cabecera, San Francisco y San Mateo, arribaron acompañados de sus respectivas bandas de viento y provistos de mezcal, cervezas y sus gruesas máscaras de cuero de vaca, en realidad una especie de casco protector contra los mortales cuartazos.
Una cuarta es una cuerda de lazar trenzada por varios hombres mediante unos palos y con un duro nudo en el extremo con el que se golpea al adversario. Casi un mazo. Aunque antes, cuando las luchas eran en el río o en el cerro, solían utilizarse palos y piedras, cuentan los más viejos, como don Anselmo.
Los preparativos del jueves comenzaron en cada barrio desde la mañana, con la confección de las cuartas y la preparación de pozole, caldos de pollo y de res, tamales de frijol y otros platillos.
También se continuó con la reparación de las máscaras dañadas el año anterior. Deben reponerse los ojos de espejo, los pelos de jabalí, los dientes y orejas de cuero. Deben retocarse los colores, entre los que resalta el amarillo, aunque también hay jaguares verdes y blancos y hasta perros y diablos rojos con cuernos negros.
Las labores son comunitarias y muchos participan, pero los más inquietos son los más jóvenes, guerreros primerizos que ya han comenzado una batalla contra el miedo.
"El que duele es el primer golpe, luego te encabronas y lo que quieres es ganarle al otro", dijo Raymundo, joven del barrio de San Francisco que trabaja de bolillero en las playas de Acapulco.
Labores comunitarias
En el barrio de Cabecera, dos cuadras cuesta abajo de la plaza central y de la iglesia de San Nicolás Tolentino, el trabajo se realiza en la casa de la familia de Benjamín Miranda, impulsor de la tradición y uno de los maestros mascareros de Zitlala, ubicada en la que quizá sea la región creadora de máscaras más importante del país.
Miranda es contactado por Estanislao Gregorio Padilla, originario de Zitlala, masajista en unos baños públicos de la colonia Santa María la Ribera, en la ciudad de México, y próximo a consolidar una taquería en Texcoco.
Estanislao, a su vez, es amigo del fotógrafo Francisco Olvera. Ante la inexistencia de hoteles en Zitlala, los tíos de Estanislao, don Ernesto y doña Elena, ofrecen techo, comida y amistad.
Don Ernesto, agricultor y albañil, comenta que no hay precios de garantía para el excelente maíz pozolero del lugar, por lo que se tiene que malbaratar con los intermediarios.
Con base en trabajo don Ernesto y doña Elena, de mirada maternal, han logrado construir una casa de dos niveles. De sus cuatro hijos, dos se han casado y también han tenido que emigrar a la ciudad de México. Los otros dos estudian filosofía y matemáticas en Chilpancingo.
Tierra de música y danza
Al mediodía, frente a la casa del mascarero Benjamín Miranda pasan desfilando unos ocho grupos de música y danzas indígenas provenientes de diversas comunidades de la región, los que acompañan la fiesta de los tigres y a la vez realizan su octavo encuentro de manera institucional.
Los danzantes llegan a la plaza central y ahí son presentados: los tigres de Atixpa, acompañados de banda de viento, con trajes moteados y máscaras; los tlacololeros, con música de un tamborilero y flautista y trajes de yute, grandes sombreros y máscaras; los chivos del barrio de San Francisco, Zitlala, con banda, máscaras con cornamentas y trajes de terciopelo con flequillos.
También interpretaron las danzas de los Manueles, de los Paloteos y una de origen prehispánico, las tres de comunidades del cercano municipio de Chilapa, así como la de los Diablos, de la Costa Chica.

Pasadas las 3 de la tarde comienzan a llegar los tres grupos de tigres. Al centro de la plaza se ha aislado una zona con maderos y malla ciclónica. Las banquetas, bardas, azoteas, árboles y demás áreas libres se encuentra abarrotadas. Son cientos, quizá miles de espectadores de Zitlala y comunidades vecinas.
La especie de ruedo tiene dos puertas opuestas. De un lado están los tigres de San Mateo y de Cabecera, y del otro, los de San Francisco, más numerosos. Por la arena pasarán campesinos, comerciantes, burócratas locales, desempleados, migrantes, soldados rasos con licencia y hasta uno que otro militar de rango mínimo.

Todos están dispuestos a la penitencia corporal para que lleguen las lluvias, o por lo menos para exorcizar los demonios que todo ser humano lleva dentro.
De 4 de la tarde a poco después de las 8 de la noche, en una atmósfera de sudor, humores mezcaleros y crispamiento, los tigres-gladiadores irán mostrando poco a poco orejas humanas rotas, uñas sangrantes, hematomas en hombros, brazos y piernas. Habrán de mostrar también, al fragor de la batalla, mayores o menores pericias técnico-atléticas. Pero eso ya es asunto de la crónica deportiva.

En ese tiempo habrán de realizarse, al menos, un centenar de enfrentamientos, varios de ellos sin necesidad de máscara. Los réferis oficiales y espontáneos apenas podrán mantener un equilibrio precario y por momentos se tocarán los límites del caos. Pero la lluvia habrá sido invocada una vez más y las siembras podrán comenzar de nuevo a fines de mes.