La tortura y muerte de Christopher Márquez, de 6 años, descubre una brecha moral entre los adolescentes
..."Son niños nacidos después de 2000, y han vivido inmersos en la violencia. No saben qué es bueno y qué es malo, no desarrollaron la empatía porque no se la enseñaron». Ella ve, con su trabajo diario con mujeres maltratadas, que los hijos repiten los patrones de sus padres violentos. También trabaja con víctimas de secuestro, que desarrollan un sentimiento ambivalente: «Yo sé que esto está mal, pero parece que el mundo se divide entre víctimas y agresores y hay que elegir». Y eligen ser agresores. Para el forense de la Fiscalía General del Estado Carlos Quiroz Ochoa, que interrogó a las dos menores asesinas, a los adolescentes «no se les fue la mano», sino que forman parte de «una nueva generación de psicópatas de esa edad a punto de brotar», producto de la violencia desatada en Chihuahua, plaza que se disputaron a muerte, sin retórica, el cártel de Juárez y el de Sinaloa...."
Los periódicos de la ciudad de Chihuahua recogen cada día el número de muertos como otros recogen la cartelera. A los niños de las guarderías se les enseña a desabrocharse de la silla de seguridad del coche, abrir la portezuela y echarse fuera a la orden de «¡bájate!». Hace cinco años, cuando se producían casi 15 asesinatos al día, estar en la calle ya era un peligro.
Si alguien tiene los medios para salir de ese infierno cotidiano, como nuestro interlocutor, el estrés y la paranoia lo acompañarán el resto de su vida: «Hace poco, en un restaurante, al camarero se le cayó la bandeja y lo primero que hice fue meterme bajo la mesa». Un estruendo puede ser un tiroteo. «En los restaurantes de Chihuahua nadie habla de la actualidad: nunca sabes quién está en la mesa de al lado y si no le cae bien lo que dices, puede matarte ahí mismo».
Pese a no comprometer a nadie, nuestro interlocutor relata sus recuerdos en Chihuahua bajo la condición de no revelar su identidad.«Ten cuidado», repite cinco veces. Chihuahua es una herida abierta.
La historia del niño de seis años Christopher Márquez Mora, torturado y asesinado por cinco vecinos adolescentes —entre 12 y 15 años, dos de ellos niñas— que jugaban con él «al secuestro», ha puesto bajo los focos a la capital del Estado donde Ciudad Juárez se ha llevado siempre las portadas internacionales y, sobre todo, ha abierto el debate sobre lasprofundas secuelas que pueden dejar en la población años de violencia extrema.
«Los niños juegan a lo que hacemos los adultos», dice Karim Rivera, psicóloga del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres. «Esto es un reflejo de la descarada impunidad en la que está inmersa Chihuahua. Son niños nacidos después de 2000, y han vivido inmersos en la violencia. No saben qué es bueno y qué es malo, no desarrollaron la empatía porque no se la enseñaron». Ella ve, con su trabajo diario con mujeres maltratadas, que los hijos repiten los patrones de sus padres violentos. También trabaja con víctimas de secuestro, que desarrollan un sentimiento ambivalente: «Yo sé que esto está mal, pero parece que el mundo se divide entre víctimas y agresores y hay que elegir». Y eligen ser agresores. Para el forense de la Fiscalía General del Estado Carlos Quiroz Ochoa, que interrogó a las dos menores asesinas, a los adolescentes «no se les fue la mano», sino que forman parte de «una nueva generación de psicópatas de esa edad a punto de brotar», producto de la violencia desatada en Chihuahua, plaza que se disputaron a muerte, sin retórica, el cártel de Juárez y el de Sinaloa.
La periodista María Verza, corresponsal de la COPE en México, y su colega franco-vietnamita Hoan Hguyen Manh lo vieron claro hace años, cuando decidieron grabar en Ciudad Juárez el documental «Mataron a mi papá», sobre las víctimas ocultas de la guerra del narco. En él, recogen el testimonio de niñas que vieron morir a su padre acribillado por un joven exsicario, y de distintos trabajadores sociales y activistas por los derechos humanos, poniendo de relieve que las políticas públicas no han sido suficientes para la infancia.
Matar y morir
En el documental se recoge una portada de octubre de 2011 de un periódico local de Chihuahua, con las fotos de Miguel Ángel García, de 15 años, y su amigo Andrés Angón, de 17. Ambos fueron descuartizados, sus restos desperdigados por toda la ciudad. «Cada vez son más jóvenes los que matan y más jóvenes los que mueren», dicen en la cinta.
Las cifras del Supremo Tribunal de Justicia de Chihuahua así lo indican: los delitos cometidos por menores han aumentado paulatinamente, desde los 709 en 2010 hasta los 981 de 2014. Sin embargo, en números absolutos, la reducción de crímenes es drástica: en cuatro años se redujeron un 76% los homicidios dolosos en todo el Estado —de 5.391 en 2010 a los 1.292 en 2014—, un 91% los secuestros —130 en 2010, ocho en 2014— y un 98% la extorsión —173 en 2010, 18 en 2014.
«Aunque Chihuahua ya no es el caso más llamativo de violencia, el daño al tejido social está hecho», explica Gustavo Palacios, del Instituto Chihuahuense de Cultura. Para ello, con ayuda del gobierno federal, han puesto en marcha distintos proyectos, como el «Plan Villa», con el que pretenden establecer en las escuelas mil orquestas y 7.500 equipos de baloncesto, para evitar el abandono de los estudios y la caída en las adicciones o el crimen. «La visión es a largo plazo», reconoce. La herida tardará en cerrar.
Cuando los niños juegan a los asesinos en la ciudad mexicana de Chihuahua
Día 25/05/2015 -