lunes, 26 de febrero de 2018

- Los clavadistas de La Quebrada

En Acapulco fuimos ver "el salto de los clavados" en la roca de “La Quebrada”: La Quebrada es un acantilado de 45 metros de altura, situado en el puerto de Acapulco. Allí se hacen desde 1934 los famosos “clavados” realizados por jóvenes del puerto que en ocasiones lo escalan con una antorcha encendida. 
Su peligro radica en que el clavadista debe calcular el momento en que la ola haga que el nivel del mar sea más alto, ya que de lo contrario sería una muerte segura debido al impacto contra las rocas del fondo, situadas a poca profundidad cuando baja el nivel del mar debido al oleaje.
En una de las paredes del acantilado hay un camino con un barandal, y un restaurante, además de un mirador, desde donde se puede ver a los clavadistas, incluso a pelícanos haciendo lo mismo para atrapar peces.
En este sitio se realiza el Campeonato Mundial de Clavados de Altura, el cual lleva el nombre de Raúl García “el Chupetas” como reconocimiento a uno de los clavadistas más destacados de este lugar. También se desarrollan los clavados de exhibición, con diversos grados de dificultad y una ronda de clavados sincronizados.
LOS CLAVADISTAS DE LA QUEBRADA
Alexis, clavadista de La Quebrada, se levanta, alza los brazos, saluda a los mirones y se lanza al vacío a 90 kilómetros por hora. Abajo lo espera un canal marino de siete metros de ancho y cuatro de profundidad, un movimiento equivocado y podría morir.
Genaro Sánchez, se toma un tiempo para meditar antes de unirse a sus compañeros y realizar el espectáculo de clavados de La Quebrada
Alexis Balanzar se toma su tiempo en el borde del precipicio, observa el horizonte, mira a los ojos a sus compañeros y escucha el bullicio de cientos de personas que esperan con ansiedad. Muchos graban la escena con sus celulares, otros toman fotos. Él sigue al borde de ese acantilado de 45 metros de altura donde las ráfagas de viento harían trastabillar a cualquier novato. Pero Alexis, a sus 17 años, no es ningún novato. Es delgado, eso sí, y no muy alto. Se sienta en cuclillas junto al abismo y espera. A la distancia parece un juego de niños.
El sol está a la mitad del cielo, pero su piel curtida parece que no lo siente. Los gritos de la gente callan un instante. Sólo se escuchan algunos chiflidos. Entonces él se levanta, alza los brazos, saluda a los mirones y se lanza al vacío a 90 kilómetros por hora. Abajo lo espera un canal marino de siete metros de ancho y cuatro de profundidad, un movimiento equivocado y podría morir.
Alexis Balanzar saluda al público antes de ejecutar el clavado desde 45 metros de altura.
Pero a Alexis eso no le importa. Él es clavadista de La Quebrada, el lugar más emblemático de Acapulco, Guerrero, México. Este puerto es de los destinos turísticos más conocidos del mundo, precisamente por este espectáculo de clavados, que en 2014 cumple 80 años.
Antes de que se lancen otros clavadistas, a sus compañeros les toma media hora limpiar el canal. La corriente arrastra palos, botes de plástico, bolsas, hojas y basura diminuta que, de quedar ahí, podrían fracturar, herir o provocar la pérdida de un ojo. Como le sucedió hace unos años a un clavadista que se aventó con una peluca: el cabello entró en la cavidad ocular y, debido a la velocidad, el impacto con el agua le provocó heridas en la córnea.
Un grupo de jóvenes amigos que vivían en lo que hoy se llama barrios históricos había ido a nadar y pescar cerca del canal de La Quebrada. Trepados en los riscos lanzaban sus cuerdas al mar y cuando éstas se atoraban, debían aventarse al mar a desatorarlas.
En algún momento, uno de ellos lanza un anzuelo más peligroso: se le ocurre retar a sus amigos para ver quién puede lanzarse desde el punto más alto. Varios pican el anzuelo. Fue Rigoberto Apac Ríos quien ganó el reto, al lanzarse desde 45 metros de altura. El resultado: ganador absoluto, el primero en lograr la hazaña, pero con un hombro dislocado. Fue su debut y despedida.

Y cualquiera le daría la razón, a 45 metros de altura el canal se ve tan reducido, que parece que uno tendría que atinar y caer dentro de un chapoteadero de dos metros de ancho. 35 metros arriba, cualquiera descubriría que le teme a las alturas. Sólo la altura libera adrenalina que obliga al corazón a latir como si corriéramos los cien metros planos. Hay que tener muchos tanates, como dicen las abuelas.
Antes de realizar su salto Alexis Balanzar se encomienda a la Virgen de Guadalupe en uno de los altares que se encuentras en la parte alta del acantilado.
Los clavadistas de La Quebrada son devotos de la Virgen de Guadalupe, a quien le rezan antes del salto. También reciben ayuda de sus colegas, quienes desde el agua que está al pie del acantilado, con gritos o señales indican el momento en que la marea sube y el canal alcanza mayor profundidad. Ese es el instante más seguro para que el clavadista inicie su caída de tres segundos.
Cuando se está en la posición de espectador, uno puede imaginarse que ellos no tienen miedo, que lo han superado y sólo se tiran y ya. Que son una especie de hombrecillos de hule. Se ve tan fácil. También existe el miedo de que alguno de los clavadistas vaya a quedar embarrado en las piedras filosas de la ladera. Uno lo imagina y se enchina la piel.
Genaro Sánchez  Méndez se lanza profesionalmente desde hace 15 años, entrenó desde los diez años de edad. Su gusto por los clavados emergió cuando vio en la televisión las competencias olímpicas. Su tío y primo son clavadistas y ellos lo iniciaron en este oficio.
¿Qué le pides a la Virgen de Guadalupe cuando te acercas a persignarte?
Yo le pido salir bien, que no me suceda nada, que me cuide.

¿Y cuándo vas cayendo qué pasa por tu cabeza?
Nada, yo sólo voy pensando en los movimientos del clavado, en hacerlo a la perfección.
¿Y cuánndo vas cayendo qué pasa por tu cabeza?
Nada, yo sólo voy pensando en los movimientos del clavado, en hacerlo a la perfección.